Trampas en el camino espiritual


En nuestro camino hacia la tierra de los vivientes, símbolo de la comunión con Cristo, hay ciertas piedras en las que solemos tropezar. Por lo general los obstáculos que encontramos unos y otros son muy similares, pues, por mas que nos cueste creerlo, todos los seres humanos somos muy parecidos y el mal nos ataca de manera similar. Estas son algunas de esas trampas en las que solemos caer:

La primera está relacionada con la vocación. Sobre todo cuando hemos recibido grandes bendiciones del Señor y nos sobreviene una etapa de aridez, es común imaginar que El Señor quiere llevarnos por caminos extraordinarios que implican grandes decisiones como abandonarlo todo. Entonces, es común apartar nuestra atención del momento presente y perdernos en la ansiedad acerca del futuro. De esta manera, ni nos atrevemos a tomar esa decisión radical que imaginamos acorde a la voluntad de Dios (normalmente porque nos falta la certeza de que esa sea realmente su voluntad) ni estamos enfocados en el momento presente para ofrendárselo al Señor respondiendo acorde a su voluntad. Muchas veces, nuestra mente imagina como la voluntad de Dios un camino que le ofrece una imagen de si mas admirable a sus propios ojos. Puede ser la de un ermitaño venerable en un viejo hábito viviendo en una cueva o la de un santo mendigo que peregrina sin ninguna propiedad. Podría ser que el Señor nos llamase a algo así, pero es común que nuestra mente este proyectando como la voluntad de Dios para nosotros aquello que mas admira y que le permitiría mirarse con mayor agrado y autocomplacencia.

Esto nos lleva a la segunda trampa, muy relacionada con la primera, que es la de otorgar una importancia desmesurada a lo exterior. Podemos observar como esa imagen mental que nos habíamos formado acerca de la voluntad de Dios esta constituida por elementos exteriores. Cambiar de lugar en lo exterior, vestirse con un hábito.. Pero nuestro interior seguirá siendo el mismo. La verdadera transformación y el verdadero éxodo hacia la tierra prometida es interior. El Señor está presente en todas partes, aquí mismo igual que en el monasterio mas venerado o en la cueva del ermitaño mas santo. Lo que ha hecho Santo a ese ermitaño no es el aislamiento ni el alejarse de todo en el plano exterior sino el responder momento a momento a las situaciones que la vida le ha presentado conforme a la voluntad de Dios y desapegarse de todo en el plano interior por el amor de Cristo.

Por lo general El Señor no nos pedirá grandes cambios en lo exterior sino una atención permanente a Él que nos permita responder momento a momento acorde a su voluntad viviendo en el presente. Por lo general la mente imagina que las grandes hazañas y las cosas extraordinarias que ella misma admira son lo que Dios le pide pero no suele ser así. Detrás de esas azañas realmente se esconde el deseo de autojustificarnos y de caminar solos al margen de Dios. El Señor mas bien demanda una conciencia viva de nuestra necesidad de Él y una búsqueda de apoyo continuo en Él en cada momento conscientes de nuestra miseria e incapacidad. Los pequeños actos de amor con el prójimo en actitud de servicio y el bien hacer momento a momento generarán una calidez en el corazón que puede hacer de nosotros una tierra mas fecunda para la semilla divina que esas grandes hazañas ascéticas que la mente admira y quiere desempeñar. Podrá ser que El Señor nos quiera utilizar para grandes obras como a los apóstoles pero no debemos ocupar nuestra mente en posibles cambios exteriores sino en mantenernos atentos a Él en el momento presente respondiendo lo mejor que sepamos a cada situación que la providencia nos presente. Esta atención constante a Él puede sernos difícil al principio. Solo cuando el amor a Él se ha despertado habiéndose avivado la llama del Espíritu es posible mantenerla a lo largo de todo el día. En la entrada una regla de vida se tratan algunos consejos para encenderla.

Estas trampas que hemos mencionado tienen su origen en el hombre viejo, ego, que siempre busca regocijarse en si mismo, autoadmirarse y autoadorarse. Si el hombre nuevo siempre esta atento a Cristo y no se mira a si mismo, el hombre viejo solo se mira a si mismo y no quiere mirar a Dios. EL hombre nuevo admira, adora y ama a Dios; el hombre viejo se admira, adora y ama a si mismo. El hombre nuevo se regocija en su total miseria y dependencia de Dios, el hombre viejo quiere caminar y prosperar por si mismo, al margen de Dios. Estas tendencias interiores a la autoadoración son la causa por la que la mente nos presenta caminos agradables a sus ojos proyectando una falsa voluntad de Dios que realmente es su propia voluntad. Cuando veamos que comenzamos a mirarnos a nosotros mismos con agrado regocijándonos en nuestros «Santos» hábitos, sintiéndonos mejores que los demás pongámonos alerta. La mayoría de las caídas de la Gracia son por esta causa. Una vez sentimos que Dios nos está bendiciendo empezamos a mirarnos con agrado. Apartamos la mirada de Cristo y empezamos a mirarnos a nosotros mismos y acabamos pretendiendo prosperar por nosotros mismos al margen de Dios en una grave traición a Él. Esto siempre acaba en la gran oscuridad de las tinieblas de fuera donde se oyen el lloro y el crujir de dientes, pues por fuertes que nos sintamos nuestra fuerza viene de Dios y si, confiando en nosotros mismos, nos apartamos de Él, nos desconectamos de la vida, la sangre de Cristo deja de limpiar nuestros pecados, la sabia del olivo deja de regarnos y morimos en el fuego separados de la vid que nos estaba dando la vida.

Regocijémonos siempre en nuestra total dependencia de Cristo nuestro Dios y busquemos esa atención constante a Él y no dejemos nunca de orar y de buscar esa permanencia en su amor por fuertes y prosperados que nos sintamos.

Recomendado: La restauración


Anuncio publicitario

Miedo, apego y deseo


La búsqueda de seguridad se encuentra en la base de nuestras conductas y motivaciones. La amenaza de la muerte en todas sus manifestaciones ocasiona un estado permanente de carencia de seguridad y temor que motiva esta búsqueda de seguridad.

El miedo surge ante la amenaza de perder algo en lo que fundamentamos nuestra seguridad. El apego, su hermano, es el asimiento a eso que nos infunde seguridad. Ambos son enemigos de la libertad y condicionan nuestra conducta. El deseo, por su parte, esta muy relacionado con ellos, y es el apego hacia lo que aún no tenemos y que imaginamos que nos va a traer esa seguridad que anhelamos basándonos en nuestra interpretación de la realidad fruto de nuestras experiencias previas.

En esencia, nuestras conductas son un esfuerzo por salvaguardar aquello a lo que estamos apegados y protegerlo de su muerte y de conseguir aquello que deseamos por considerar que nos va a traer esa seguridad anhelada. El miedo, el apego y el deseo, son los motores que mueven al hombre terrenal – ego – hombre viejo. La huida de la muerte es lo que motiva todas sus acciones.

Hasta que el hombre no haya fundamentado su seguridad en Dios, la vida será una continua muerte y un fracaso. Muerte de todo aquello en lo que había fundamentado su seguridad. Fracaso de sus esfuerzos por protegerlo de la muerte y fracaso de sus deseos, ya que, aun siendo satisfechos, no conseguirán proporcionar la seguridad anhelada y su objeto, aun cumplido, seguirá bajo la amenaza de la muerte que cubre todo lo terreno. Esta muerte de todos los lazos terrenos es inherente a la vida, fundamental en el camino y muchas veces necesaria para nuestra conversión. Cuando el hombre ha atisbado la fragilidad de sus ídolos y toma conciencia de la inestabilidad de sus apoyos, sumido en el fracaso, sin nada a lo que poder aferrarse, vuelve su corazón a Dios, el único en quien nuestra alma puede reposar segura, libre de toda muerte y de todo temor.

Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar. Salmo 46:1-2.





Entrada relacionada: Identidad, seguridades y aceptación de nosotros mismos.


¿Es este escrito el final de la duda?


Paradoja y contradicción

Miré y no había quien me ayudara, y me maravillé de que no hubiera quien me sostuviese. Entonces me salvó mi propio brazo y mi ira me sostuvo Isaías 63:5

Veo a la duda dudando y a la muerte agonizando; porque un fuego vivo y santo ha venido de lo alto


Paradoja y contradicción

Jesucristo es el absoluto hecho carne, es el Dios-hombre. Lo absoluto, que como tal está al margen del tiempo, nació, creció y devino en el tiempo. Jesucristo, a los ojos de la razón, es una contradicción. Aquél en quien el tiempo y el espacio son, apareció en el tiempo y en el espacio. El continente que todo lo contiene apareció en el contenido. El todo apareció en la parte.

Jesucristo es en si una paradoja. A los ojos de el pensamiento conceptual o de la razón es una contradicción puesto que lo infinito no puede estar contenido en lo finito. Al ser lo infinito encarnado, lo infinito en un cuerpo finito, es equivalente al contenedor cuyo contenido, al ser lo absoluto e infinito, contiene al contenedor cuyo contenido, contiene al contenedor y así indefinidamente. Aquí vemos como la paradoja genera el infinito a la manera de dos espejos enfrentados y el infinito está contenido en la propia paradoja.

No es casualidad que la cruz, símbolo del cristianismo, sea como es: una contradicción. El palo horizontal, el palo vertical y en el centro, en la intersección, la paradoja Crística y su obra redentora. La finitud, lo terreno y la carne de Jesús simbolizado por el palo horizontal y la divinidad por el palo vertical formando la cruz, símbolo de redención, el “si” y el “no” reconciliados. El si, simbolizado por el palo vertical y el no, simbolizado por el palo horizontal, y en el centro la Fe, la vida en Dios, la muerte de la muerte, del pensamiento conceptual y del desequilibrio equilibrado.

La vida en Dios implica trascender la contradicción traspasando así los límites que nos impone nuestro actual sistema de pensamiento conceptual, que está dividido en “si” y “no” y que, como veremos mas adelante, es fruto de nuestra naturaleza caída como consecuencia del pecado original.


La escisión

¿No creeís que yo soy en el padre y el padre en mi? Juan 14:10

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo Marcos 8:34

Prohibido prohibir. La libertad comenzó con una prohibición. Jim Morrisson

¿O lo que pienso hacer, lo pienso según la carne, para que haya en mí Sí y No? Mas, como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es Sí y No. Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que entre vosotros ha sido predicado por nosotros, por mí, Silvano y Timoteo, no ha sido Sí y No; mas ha sido Sí en él; porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios. Romanos 1:17-20


Según las escrituras, estamos separados de Dios desde que Adán y Éva comieron del fruto del árbol del bien y del mal. La serpiente les dijo que serían como Dios, conocedores del bien y del mal. Esto simboliza nuestra condición actual. Antes de la caída éramos como Jesucristo, todo nuestro ser era en Dios. Ahora estamos separados de Dios y nuestra “libertad” consiste en elegir, frente a una posibilidad, “si” o “no” todo esto por haber hecho caso a la serpiente y, al habernos afirmado a nosotros, haber negado a Dios.

El árbol del bien y del mal:

“Mal” es lo mismo que “no bien”. La característica del lenguaje conceptual es que no podemos crear un concepto sin que inmediatamente, en una especie de necesidad por mantener el equilibrio que se ve representado en el comportamiento de las ondas, aparezca la posibilidad de su contrario, que no es otra cosa que la posibilidad de su ausencia. El “mal” es la ausencia del “bien”. De esta manera vemos como todo concepto está dividido en “si” y “no”. “si bien” y “no bien”: bien y mal. Es el desequilibrio equilibrado, consecuencia de haber comido del fruto del árbol del “si bien” y del “no bien”, que simboliza nuestra afirmación frente a Dios y como consecuencia, la posibilidad de nuestra ausencia (nuestra muerte) y la negación de Dios. Decir “Yo soy” frente al único que es; en eso consistió nuestro pecado.

En consecuencia de haber dicho “yo soy” frente a Dios surgió la posibilidad del “yo no soy”, cuya manifestación exterior es nuestra muerte física. Ese acto dio lugar a que se descubriera la noche o la no luz, manifestando la ilusoriedad de nuestra condición. En el mundo nuevo no habrá noche. Apocalipsis 22:5. El «no bien», «no luz», «no ser», la «no vida» entró en el mundo. La muerte entró en el mundo. El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte. Romanos 5:12. Por habernos afirmado ante Dios, el «NO» entró en el mundo.

Es el concepto de la negación el que se introdujo en el hombre mediante el pecado original mediante la afirmación de algo frente a Dios, es decir: al afirmarnos a nosotros frente a Dios, negamos a Dios porque Dios es la verdad, lo único que es, y como consecuencia aparece la posibilidad de la ausencia de lo que habíamos afirmado, la posibilidad de nuestra ausencia, nuestra muerte. A nuestros ojos, ciegos espiritualmente y separados de Dios, la negación es el “no” pero a la luz de la verdad, tomando a Dios como referencia, la negación es nuestro “si” y este “si” engendra el “no” que no es sino la posibilidad de su ausencia. EL «SI» carnal es el «NO» de Dios y viceversa. Aquí vemos como toda nuestra realidad está al revés a la luz de Dios. Nuestro actual estado, fruto del pecado original, es similar a un guante del revés. Fue necesario que el contenedor de todo, Dios, apareciese en el mundo para, desde dentro, dar de nuevo la vuelta al guante.

Todo “si” es Dios, Dios es lo único que es, al afirmar algo negamos el resto y aparece la posibilidad de la ausencia de lo que hemos afirmado.

Al afirmarnos frente a Dios, le negamos y quedamos, como decía nuestro salvador, ciegos. Imposibilitados de ver a Dios y volcados hacia afuera viviendo en la realidad sensible que no es sino un reflejo de nuestra interioridad, que es donde está nuestra verdadera “patria”, el reino de Dios.

El falso yo es NO a los ojos de Dios por haberse afirmado ante Dios sin tener raíz en Él. A sus propios ojos es SI pero el No que en realidad es se manifiesta en la posibilidad de su ausencia (su inevitable muerte por no tener raíz en Dios). Ese No que en realidad es y su propia finitud, se proyecta en toda su realidad que queda dividida en Si-No. Su reino es el reino del si-no porque proyecta el si-no que es en todo lo demás. Su reino es el si-no; un si falso que es no a los ojos de Dios y el inevitable no que es la posibilidad  de su ausencia. Este Si-No se manifiesta en el día y la noche, el calor y el frío, el placer y el dolor, el nacimiento y la muerte, la finitud de todo, la estructura que subyace en toda la realidad de este mundo en forma de ondas de distinta vibración en la que se sube lo que se baja como el reptar de la serpiente y en todo lo que pertenece a este siglo.

Cuando ese falso yo muera morirá el reino del si-no y solo quedara el verdadero si porque solo quedará nuestra verdadera identidad eterna que ha sido desde siempre en Dios y que es el mismo Dios. Y Dios será todo en todo 1 Corintios 15:28. Entonces ya no estaremos sujetos al reino del Si-No , al desequilibrio equilibrado, solo será Dios, el gran Si y viviremos en la ciudad de Dios donde no hay noche Ap 22:5 (si luz-no luz), ni frio ni calor Ap 7:16 (si calor – no calor o si frio – no frio), ni sufrimiento, ni No. El «NO», la muerte, ha sido sorbido en victoria (1 corintios 15:54) y solo queda Dios. Y Dios será todo en todo 1 Corintios 15:28. Negar ese yo que afirmamos ante Dios es en última instancia a lo que se refiere el Señor cuando nos dice que debemos negarnos a nosotros mismos. (Marcos 8:34, Mateo 16:24, Lucas 9:23, Lucas 14:26).

Mediante el actual sistema de pensamiento no podemos acercarnos a la verdad; solo trascendiendo la contradicción del “si” y del “no” y de esta manera traspasando los límites que nuestro sistema de pensamiento actual, consecuencia del pecado original, nos impone, podemos llegar a la verdad por participación en la obra redentora de nuestro salvador Jesucristo. Es preciso que ese “Yo soy” que afirmamos frente a Dios muera para volver a la vida en Dios. Nadie puede verme, y vivir Exodo 33:20.

El sentido de la vida es la participación en la obra redentora de Jesucristo mediante la fe en Él. De esta manera el Espíritu de Jesús aniquilará ese “Yo soy”, ese desequilibrio equilibrado, ese “si” y “no” interiores que se manifiestan en nuestra vida volcada hacia el exterior en la que nos conducimos tomando decisiones ante posibilidades, eligiendo “si” hacer esto o “no” hacerlo y en último término en nuestra muerte carnal, devolviéndonos la unidad en Dios. Es Jesucristo el que le da la vuelta al guante y nos devuelve nuestra naturaleza original en la que somos recipientes de la divinidad. El proceso de perfección Cristiana, que es la única perfección posible y que es el sentido de la vida, es que todo nuestro ser vuelva a ser en Dios. Este es el estado al que se aproximan los contemplativos, que ya están volcados hacia adentro y en comunión con Dios aunque no total.

Toda la realidad exterior nos recuerda nuestro actual estado caído, el desequilibrio equilibrado y como todo tiende a volver al origen. Para verlo no tenemos mas que pulsar la cuerda de una guitarra o fijarnos en el aspirar – espirar de la respiración .


De la muerte

La muerte carnal no es sino el reflejo en el exterior de la posibilidad de nuestra ausencia por habernos afirmado frente a Dios negándole en consecuencia. Es solo un reflejo de nuestro interior. Por esto Jesucristo dijo de Lázaro: no está muerto, sino que duerme.

Por esto Jesucristo insistió en que no temiésemos a los que nos pueden dar muerte carnal, sino al pecado, que es el que nos aleja de Dios, la vida y nos mata de verdad.

Se distinguen así dos tipos de muerte:

La carnal, que es el reflejo de la muerte, en nuestra interioridad, de aquel “yo” que afirmamos frente a Dios, negándole en consecuencia y que provocó nuestro actual estado de realidad dividida en “si” y “no” y nuestra ceguera espiritual.

La espiritual, que es la verdadera muerte y que se acrecienta mediante el uso “egoísta”, es decir, mediante el uso que ahonda en la actitud de afirmarnos frente a Dios, negándole en consecuencia, de los dones que Dios nos da (tiempo, palabra, acciones, pensamientos…todo absolutamente son dones de Dios) y que sana mediante la participación en la obra redentora de Jesucristo mediante la fe. Todos los pecados provienen del egocentrismo. De ese falso yo que afirmamos frente a Dios. Este es el núcleo del que procede todo lo demás y es esto lo que realmente nos aparta de Dios. No podemos liberarnos del egocentrismo por nosotros mismos. Solo a través de la obra redentora de Jesucristo podemos volver a entrar en comunión con Dios. Entonces Dios, mediante dolorosas purificaciones desarraigará en nosotros toda planta que no haya sido plantada por Él (el falso yo y sus consecuencias) y volveremos a ser en Dios.

Nuestro estado actual se asemeja a una cuerda vibrando donde esa cuerda quieta es la vida en Dios. La vibración hace que la cuerda suba lo mismo que baja (“si”, “no”) y esta perturbación nos impide contemplar a Dios y vivir en el.

Jesucristo mata la muerte. A ese “yo” que afirmamos frente a Dios, negándole y produciéndose la escisión de nuestra realidad y nuestro actual estado de conciencia hacia fuera y dividido en “si” y “no”.

la perfección cristiana es, a la luz de Jesucristo morir a nosotros mismos, esto es , a nuestro “ego” y vivir en Dios. Esto solo es posible mediante la acción de Dios. Por nuestras fuerzas es imposible porque tiene que haber algo más fuerte que me doblegue, porque yo no soy más fuerte que yo y vivo en ese yo y viviendo desde dentro de ese yo no puedo liberarme de ese yo. Ha de ser algo externo lo que me libere, y ese algo externo es Jesucristo, que refiriéndose a esto dijo: “Cuando sea levantado de la tierra los atraeré a todos hacia mí” Juan 12:32.

A la muerte ego se refiere Jesucristo en las siguientes parábolas: “Entonces estarán dos en el campo: uno será tomado y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino: una será tomada y la otra será dejada. (Mateo 24:40-41). Este ego es el hombre de perdición a que se refiere San Pablo en (2 tesalonicenses 2:3) independientemente de que también se refiera a un hijo de perdición en carne y hueso que, al igual que el que cada uno de nosotros llevamos dentro, se revela y opone y hasta se sienta en el trono de Dios (que somos nosotros) si fuese así pienso que sería el mal encarnado cuya influencia es la que se manifiesta en nosotros como el mencionado “ego” de manera análoga a como Jesucristo se hizo carne y es su influencia la que nos libra de ese “ego”. A este “ego” se refiere también Jesucristo cuando dice: “toda planta que no plantó mi padre celestial será desarraigada” (Mateo 15:13). También se refiere a ella en la parábola en la que dice que el enemigo vino por la noche y sembró cizaña.

De esta manera Jesucristo nos ponía de manifiesto como a través de su luz moriremos a nosotros mismos y , una vez vaciados de nosotros mismos seremos el trono de Dios. Es decir la máxima perfección Cristiana consiste en estar vacíos de nosotros mismos para que el padre , que es lo único bueno, sea en nosotros, nosotros seamos en el, y seamos uno.

Actualmente se confunde el cumplir la ley de Dios con ser bueno. Rotundamente no. somos malos porque el padre es el único que es bueno y nosotros hemos nacido y prosperado en pecado, es decir separados del padre. Podemos cumplir la ley a la perfección y debemos hacerlo porque es lo que Dios nos ha pedido pero eso no significa que seamos buenos. Debemos tener cuidado con esto porque muchas de las obras de caridad que se hacen están ensuciadas porque en realidad es nuestro “ego”, que es “orgullo”, que trata de no desaparecer, que es lo que debe pasar para acoger a Dios, tratando de mostrarse bueno a los ojos de Dios. Porque todo árbol malo da mal fruto y todo árbol bueno da buen fruto y Dios es lo único bueno, toda “buena” obra que hagamos no será buena porque procederá del “ego-orgullo” . Hasta que no seamos en Dios y Dios sea en nosotros no podremos hacer obras buenas, lo que haremos será tratar de quitar la paja del ojo ajeno teniendo la viga en el nuestro. Cuando muramos a nosotros mismos, al “ego”, habremos quitado la viga de nuestros ojos y Dios será en nosotros y nosotros en Dios y entonces Dios hará en nosotros las obras verdaderamente buenas porque los malos arboles no pueden dar buen fruto y solo Dios es bueno. Dios es absoluto , el Padre de las luces en quien no hay viento de mudanza ni sombra de variación. Como nosotros no estamos en comunión con Dios, nosotros somos infinitamente malos.

Solo cuando mediante la fe hallamos sido reconciliados con Dios por medio de Jesucristo y tras haber sufrido las numerosas purificaciones que no son otra cosa que la muerte de nosotros mismos, seamos semejantes a un recipiente completamente transparente alumbrado por el Padre, contendremos la luz del Padre y seremos , como era antes del pecado original, trono de Dios y participaremos de su gloria. No seremos buenos, porque no somos nada pero Dios, que es lo que es bueno, el que es, será en nosotros y nosotros seremos en el.

No debemos confundir lo que yo llamo la muerte de nosotros mismos y el estado de conciencia actual con los padecimientos psicóticos como la esquizofrenia. Pienso que, siguiendo con la analogía, en estos padecimientos lo que sucede es que el recipiente mismo se desintegra. Quizás no sea que el recipiente se rompa sino que esa es la sensación que tiene el enfermo. Pienso que en la perfección uno es perfectamente consciente de si mismo como recipiente contenedor de la luz divina y que el sentimiento que reina en el es el de unidad y no el de desintegración propio de este tipo de patologías. De todas maneras pienso que en los procesos de purificación a los que debe enfrentarse un alma si que pueden darse sensaciones similares a las que experimenta un psicótico y pienso que la terrible angustia que siente ese alma (con trastornos psicóticos) si que puede ser provechosa para dar el salto de fe necesario y pedirle al creador de los recipientes desde esa angustia. desde lo profundo de nuestro ser y no con vanas repeticiones y sin corazón. Porque el creador de todo tiene poder y misericordia (o mejor dicho, el es el poder y la misericordia) para rehacer los recipientes quebrados y estos recipientes habrán renacido de la sangre de Cristo y tendrán parte con el y en el en la verdad, que es el y tendrán potestad de disfrutrar de la unidad en el Padre al ser participes de la obra redentora de Jesucristo. Pedid y pedid y no os canséis de pedir porque sois escuchados y al que pide se le dará.

Lo que nos libera no es la ley ni su cumplimiento, es Jesucristo.

Es difícil mostrarnos a Dios tal y como somos y a menudo tratamos de forzarnos ocultándole y ocultándonos las tendencias de las que más nos avergonzamos y tratando de mostrarle nuestro “lado bueno”. Pues bien, este “lado bueno” es tan malo como el “lado malo” a los ojos de Dios porque ninguno de ellos son el y tanto el “lado malo” como el “lado bueno” deben desaparecer. De esta manera opino que muchos actos como la ascesis exagerada o algunas obras de caridad pueden ser en realidad actos de orgullo encubierto. Opino que debemos procurar la igualdad y que todos tengan lo básico para desarrollarse como individuos pero que siempre debemos estar alerta e impedir que el hecho de que hacer obras justas no nos haga mejores nos impida hacerlas e impedir también que el hecho de hacer obras justas nos haga pensar que esas obras nos hacen buenos.

¿No se parece acaso ese lado bueno del que se hace gala en la iglesia, ese “amor” humano que consideramos bueno al “amor” que llevó a Pedro a pedirle a Jesucristo que en ninguna manera muriese por la humanidad en la cruz y por el cual Jesucristo le contestó: apártate satanás, me eres tropiezo porque tienes la mira en las cosas mundanas y no en las celestiales Mateo 16:23? Muy distinto es el amor humano del amor divino. Jesucristo dijo antes de morir: un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. (Juan 13:34). ¿por qué dice nuevo? Porque este amor no es el mismo que el de la antigua ley en el que se dice que amemos al prójimo como a nosotros mismos. Dice que nos amemos como Él nos ha amado, es decir, con el amor de Dios. El amor de Dios no es el amor humano y mientras que no muramos a nosotros mismos Dios no morará en nosotros y no podremos cumplir este mandamiento. Creo que no debemos tratar de prosperar en el camino espiritual por nosotros mismos. Creo que debemos rezar y no cansarnos de pedir ayuda a nuestro rey y señor Jesucristo, porque solos no podemos nada puesto que nosotros no somos mas fuertes que nosotros mismos

Pidamos que toda la humanidad vuelva a ser en el Padre celestial por mediación de Jesucristo, porque este es el sentido de la vida y el fin de todo sufrimiento.




Este texto nació antes de mi conversión aunque en un lenguaje no religioso y en muy diferente forma. Fue reescrito al principio de mi conversión y, recientemente, sus reflexiones desembocaron en la entrada la canción de las canciones.

De la era actual, el nihilismo y Jesucristo

“¿No habéis oído hablar de ese hombre loco que, en pleno día, encendía una linterna y echaba a correr por la plaza pública, gritando sin cesar, “busco a Dios, busco a Dios”? Como allí había muchos que no creían en Dios, su grito provocó la hilaridad. “Qué, ¿se ha perdido Dios?”, decía uno. “¿Se ha perdido como un niño pequeño?”, preguntaba otro. “¿O es que está escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?” Así gritaban y reían con gran confusión. El loco se precipitó en medio de ellos y los traspasó con la mirada: “¿Dónde se ha ido Dios? Yo os lo voy a decir”, les gritó. ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Y quién nos ha dado la esponja para secar el horizonte? ¿Qué hemos hecho al separar esta tierra de la cadena de su sol? ¿Adónde se dirigen ahora sus movimientos? ¿Lejos de todos los soles? ¿No caemos incesantemente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, de lado, de todos lados? ¿Hay aún un arriba y un abajo? ¿No vamos como errantes a través de una nada infinita? ¿No nos persigue el vacío con su aliento? ¿No hace más frío? ¿No veis oscurecer, cada vez más, cada vez más? ¿No es necesario encender linternas en pleno mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿Nada olfateamos aún de la descomposición divina? ¡También los dioses se descomponen! ¡Dios ha muerto y nosotros somos quienes lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos, nosotros, asesinos entre los asesinos? Lo que el mundo poseía de más sagrado y poderoso se ha desangrado bajo nuestro cuchillo. ¿Quién borrará de nosotros esa sangre? ¿Qué agua podrá purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué juegos nos veremos forzados a inventar? ¿No es excesiva para nosotros la grandeza de este acto? ¿No estamos forzados a convertirnos en dioses, al menos para parecer dignos de los dioses? No hubo en el mundo acto más grandioso y las futuras generaciones serán, por este acto, parte de una historia más alta de lo que hasta el presente fue la historia. Aquí calló el loco y miró de nuevo a sus oyentes; ellos también callaron y le contemplaron con extrañeza. Por último, arrojó al suelo la linterna, que se apagó y rompió en mil pedazos: “He llegado demasiado pronto, dijo. No es aún mi hora. Este gran acontecimiento está en camino, todavía no ha llegado a oídos de los hombres. Es necesario dar tiempo al relámpago y al trueno, es necesario dar tiempo a la luz de los astros, tiempo a las acciones, cuando ya han sido realizadas, para ser vistas y oídas. Este acto está más lejos de los hombres que el acto más distante; y, sin embargo, ellos lo han realizado.”

Friedrich Nietzsche. La Gaya Ciencia.



El nihilismo, la autodestrucción, y el ocio autodestructivo es una reacción lógica y creo que la actitud más consecuente ante el sinsentido de la vida. ¿Para que esforzarnos en nada si somos producto de la casualidad, vamos a desaparecer y no va a quedar vestigio alguno de nosotros ni de nuestras obras? Nuestra generación, salvo raras excepciones, ha nacido en medio del abismo. No hemos recibido ninguna “educación” religiosa en el sentido de que no hemos crecido con la idea de que Dios es. Incluso está viva esa tendencia que mira con menosprecio a la religiosidad calificándola de un recurso para los cobardes que no se atreven a aceptar la angustiosa realidad de nuestra condición; aunque he de decir que estoy de acuerdo con los que dicen que quien no se haya hundido en la desesperación y no haya experimentado esa condición de ser sin Dios tomando plena consciencia del vacío existencial, del sinsentido de la vida y desde ese abismo de desesperación se haya vuelto a Dios, no podrá experimentar La Verdad de Dios plenamente. Quizás este es uno de los propósitos de las noches oscuras de la fe.

Este hecho, el no haber sido educados con la idea de que hay un Dios, ya sea en el sentido monoteísta, Cristiano, judío o musulmán o en  un sentido más oriental, pero que mantiene la trascendencia de la vida sobre la muerte física, ha supuesto el cercenamiento de toda concepción espiritual de la vida social e individualmente y ha influido enormemente en la psicología de las personas de occidente y creo que es la raíz de muchos trastornos de ansiedad y otros trastornos “psiquiátricos” que intentan tratarse con soluciones materiales (pastillas) o de naturaleza psicológica que, si bien pueden paliar los síntomas, no pueden solucionar el problema de raíz, ya que este es de naturaleza espiritual. No soy psicólogo pero por experiencia propia creo que la oración, el dedicar un rato a desahogarse con Dios con la esperanza de que se es escuchado, sería la mejor medicina en muchos de estos casos.

En parte creo que esta era de oscurantismo espiritual era necesaria para desligar el concepto de Dios de la institución de la iglesia en la psicología de las personas y llevarlas al verdadero conocimiento de Dios en Jesucristo. Me refiero a que considero que la institución de la Iglesia es un medio valido, y para muchos necesario para cultivar la relación con Dios pero no se puede sustituir a Dios por la institución de la Iglesia, ni reducir la relación de uno con Dios a su relación con la institución de la iglesia, ni reducir la verdadera vida espiritual, que consiste en el verdadero conocimiento de Cristo en Espíritu y en Verdad y en una relación personal con Él, a cumplir una serie de rituales y a persuadirse uno a sí mismo de que cree una serie de dogmas. Y, lo más importante, creo que esta noche oscura de la fe en nuestra civilización ha sido necesaria o de alguna manera Dios se está sirviendo de ella, para que el hombre compruebe que la libertad no está en vivir sin Dios; que Dios no nos quita la libertad sino que Dios es nuestra libertad; para destruir todos los conceptos falsos y los prejuicios que se habían formado alrededor del concepto “Dios” y para redescubrir a Dios.

Nietzsche vio este estado de cosas y escribió «Dios ha muerto, hemos matado a Dios». Y ante el abismo sin apoyo y sin referencia en que nos encontramos como consecuencia de haber negado a Dios y ante el nihilismo al que la humanidad se ve abocada en consecuencia, ofreció el concepto de “superhombre”; el hombre que, de su propia voluntad, construye sus propios valores haciéndose Dios de sí mismo. El hombre que se establece a sí mismo como centro, fundamento y apoyo de todo lo demás en contraposición al Cristiano “esclavo” que vivía en una especie de temor de Dios insano obedeciendo preceptos, no porque creyese en ellos, sino por temor al castigo de Dios. Paradójicamente este concepto de “superhombre” bien puede estar inspirado en Jesucristo, a quien Nietzsche admiraba y de quien decía que había sido el único Cristiano.

Cristo es el paradigma de los cristianos y los cristianos, los que tienen el Espíritu de Cristo, están llamados a reproducir su imagen. Están llamados a ser libres, a ser Cristos, a caminar en unión con Él así como Él, hecho hombre, anduvo unido a su propia divinidad. Están llamados a seguir los pasos de Cristo hasta la cruz y hasta el trono de Dios (Apocalipsis 3:21). Cristo no nos ha llamado a ese estado de temor de Dios insano y neurótico. No nos ha llamado para hacernos esclavos de un Dios que nos impone unos valores externos ajenos a nosotros mismos sino que ha venido para liberarnos de todo lo que no somos y regalarnos de nuevo nuestra verdadera identidad, el conocimiento verdadero de nosotros mismos, nuestro verdadero nombre. Dios es la fuente de nuestro ser y nuestra condición en este mundo es la de estar separados de Dios. Cristo, Dios-Hombre ha cubierto ese abismo de separación para volvernos a unir a Sí y que podamos ser nosotros mismos y no una sombra de lo que realmente somos separados de la fuente de nuestro ser, Dios. Cristo nos ha llamado para hacernos Reyes y libres, no esclavos.  El Cristiano que camina en el Espíritu no obedece normas externas en las que no cree movido por el temor sino que, unido a Dios, recibe su ser de Dios y este Ser que recibe es su propia ley. A esto se refiere San Juan de la Cruz cuando en su esquema de “la subida al monte Sion”, describiendo el final del camino, el estado místico de unión con Dios escribe: “Ya por aquí no hay camino porque para el justo no hay ley; él para sí se es ley”. Esta es la libertad de los Hijos de Dios, ni más ni menos que ser quien realmente son por estar unidos a la fuente de su ser, Dios.

Esto es diametralmente opuesto al superhombre de Nietzsche en cuanto a que el superhombre de Nietzsche se crea a sí mismo, es su propio Dios, mientras que el Cristiano recibe su Ser de Dios pero similar en cuanto a que tanto el Superhombre de Nietzsche como el Cristiano son ley para sí mismos. La diferencia es que El superhombre de Nietzsche es la fuente de sí mismo mientras que el Cristiano todo lo recibe de Dios. 

Ahora bien, este camino de conocimiento de Dios y de uno mismo pasa por la muerte en nosotros de todo lo que no somos, de nuestro falso yo egoísta contrario a Dios, del que Cristo nos ha de liberar, del cual brotan todas las tendencias humanas pecaminosas y egoístas contrarias a Dios: el orgullo, la codicia, la envidia, la maldad… que nos esclavizan y nos separan de Dios haciéndonos infelices. En este sentido la vida del Cristiano es una vida de lucha permanente contra uno mismo, contra su falso yo, hasta que haya vencido a los enemigos de Dios en sí  mismo y Cristo haya destronado al anticristo, el falso yo egoísta, el superhombre “que se sienta en el trono de Dios haciéndose pasar por Dios” 2 tesalonicenses 2:4, “haya puesto a todos sus enemigos (en nosotros) por estrado de sus pies” 1 corintios 15:25 y reine sobre toda la tierra de nuestro ser. Esta es la victoria interior que después se ha de hacer manifiesta en lo exterior. La redención de toda la creación. Cristo jamás nos prometió una vida fácil sino una vida plena de sentido.

En definitiva, en esta era vacía de sentido en que la iglesia ha perdido su vigencia y en que las juventudes vagan sin rumbo buscando respuestas donde no las hay y saciarse en lo que no sacia, animo a las personas a acercarse a Jesucristo, el único que puede dar pleno sentido a sus existencias y conducirles a la verdadera felicidad y a la verdadera libertad. A todos aquellos que arrastran cargas pesadas de remordimientos os digo que Jesús no os va a echar nada en cara. El desea que vayáis a Él para liberaros de vuestras culpas y de todo lo que os pesa más que vosotros mismos; y a todos los que sufren, que al fin y al cabo somos todos, porque no se puede ser feliz sin Dios, puesto que estamos hechos para Él y nuestra condición natural es estar unidos a Él, os digo que Jesucristo es; que está ahí y que ayuda a quien se lo pide; que muchos hemos experimentado su ayuda, nos ha rescatado de abismos profundos y ha dado sentido a nuestras existencias. Os digo que no estamos dejados de la mano de Dios, que no somos producto de la casualidad, que hay un sentido para todo.. Y os animo a todos a que os dirijáis a Jesucristo y os desahoguéis con Él, le pidáis ayuda, explicaciones, o lo que sea que os salga… Él está ahí y os escucha.

Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada. Mateo 15:13

Entrada relacionada: Análisis del mundo moderno